EL DIABLO EN BICICLETA


Cioran nació en el año de 1911 en Rassinari, Rumania, hijo de un sacerdote ortodoxo.“Durante la guerra y como no tenia libros, leí toda la biblioteca de la iglesia rumana de París. Llegué a conocer perfectamente esa lengua de iglesia, que es muy bella a causa sobre todo de su extraña mezcla de latín y eslavo”. En 1933 gana el premio de los jóvenes escritores rumanos con una obra titulada En las cimas de la desesperación. “Mi primer libro, de titulo rimbombante lo escribí en rumano a los veintiún años, prometiéndome no volver a nada más. Luego escribí, otro con la misma promesa tras acabarlo. La comedia se ha repetido durante más de cuarenta años ¿Por qué? Porque escribir, por poco que sea, me ha ayudado a pasar de un año a otro, dado que las obsesiones expresadas se debilitan y se superan a medias. Escribir es un alivio extraordinario, y publicar no lo es menos. Un libro que aparece, es una parte de nuestra vida que se convierte en algo exterior que deja de pertenecernos, que ha cesado de agobiarnos”.

Por entonces práctica mucho su deporte favorito: la bicicleta, llega a ser un consumado ciclista, hasta el punto que una reciente emisión de la televisión francesa sobre la historia del ciclismo, se hablaba de Cioran entre los campeones del pedal.

“En los años en que durante meses viajaba en bicicleta a través de Francia, mi mayor placer era detenerme en los cementerios rurales, tumbarme entre las tumbas y fumar durante horas, la considero la época más activa de mi vida”.

En esa época vive gracias a las becas como estudiante extranjero que le concede la universidad, “institución, imbécil, pero benéfica”, como dice.
A partir de 1950 intenta vivir como escritor, “escribo muy poco pero escribo, sin embargo tengo una excusa. Todo lo que he escrito ha sido en momentos en que tenía que escribir. Para deshacerme de algo. Todo lo que escribo lo hago en momentos de depresión por necesidad, para desembarazarme de un estado intolerable. No se trata de escribir para transmitir,  sino para deshacerse de algo. Escribir es enviar un ultimátum a la existencia”.

Vivió durante cincuenta años en París.

“Para mi, París fue la idolatría. Pero estoy cansado de ella, porque envejezco y la ciudad también. El encanto se ha terminado y si no la dejo es porque he vivido en ella durante cincuenta años. Pero ya no me inspira más.

Chamfort escribió antes de la revolución Francesa: “París, ciudad luz, ciudad de placer en donde las cuatro quintas partes de sus habitantes mueren de pena”. Es una ciudad triste. Se ha desgastado, se ha convertido en un infierno o una pesadilla que no logro abandonar, no sabría vivir en otra parte. Cuanto más avanzo, más veo adelgazarse mis oportunidades de arrastrarme de un día a otro, a decir verdad, siempre ha sido así: no he vivido en lo posible, sino en lo inconcebible. Mi memoria amontona horizontes hundidos”.

Sobre el suicidio dice: “Me paso el tiempo aconsejando, por escrito, el suicidio, y a través de la palabra, desaconsejándolo. Y es que en el primer caso se trata de una salida filosófica. Mientras que en el segundo, de un ser, de una voz, de una queja”.

Y del estructuralismo: “Todo eso me hace vomitar, no tengo otra palabra. Todo es un vomito. Todos esos métodos, esas maneras tan sistemáticas de abordar, sobre todo la poesía. Inconcebible. No se sabe si se trata de aritmética o de estadística, de una pretensión inusitada”.

“Yo quise ser filosofo y me quedé en aforista; quise ser místico y no pude tener fe; quise ser poeta y sólo llegue a escribir prosa poética bastante dudosa”.

“A un estudiante que quería saber cuales eran mis relaciones con el autor del Zaratustra, le respondí que había dejado de frecuentarlo desde hacia tiempo. ¿Por qué? Pregunto él. Porque lo encuentro demasiado naif… le reprocho sus arrebatos y hasta sus favores. Sólo demolió ídolos para reemplazarlos por otros, un falso iconoclasta con sus visos de adolescente, y no sé qué virginidad, qué inocencia inherente a su carrera de solitario. No observó a los hombres más que de lejos. Si los hubiese mirado de cerca, nunca hubiese concebido ni pregonado al superhombre, visión extravagante, visible, grotesca, quimera o chifladura, que solo podía surgir en el espíritu de alguien que no tuvo tiempo de envejecer, de conocer el desapego, el largo tedio sereno, mucho más cercano me es un Marco Aurelio. Ninguna duda por mi parte entre lirismo del frenesí y la prosa de la aceptación: encuentro más consuelo e incluso más esperanza cerca de un emperador fatigado que junto a un profeta fulgurante”.

Y sobre el amor: “La única función del amor es la de ayudarnos a soportar esas tardes dominicales crueles e inconmensurables que nos hieren para el resto de la semana y para toda la eternidad”.


 Cioran fue presentado por Saint John Perse como el más grande prosista del siglo y el filósofo cristiano Gabriel Marcel sospechó que Cioran es el Diablo.

 Gustavo Zuluaga

 EL HAMAQUERO






















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